lunes, 2 de abril de 2012

¿Qué valor práctico tiene la filosofía?


Santiago Alba Rico

Lapiko Kritikoa

La pregunta por el valor práctico de la filosofía es la pregunta por el valor práctico de hacerse preguntas en un mundo que ofrece sólo -al contrario de lo que se piensa- respuestas. El mundo mismo, de hecho, tal y como está configurado, es una respuesta compleja que se anticipa a preguntas que aún no se han hecho o que incluso no se pueden hacer. Pienso en el mundo llamado “natural” o cosmos, que antes de presentar enigmas ante nuestros ojos -las estrellas, por ejemplo- nos proporciona la luz del sol, respuesta atmosférica que nos permite vivir sin hacernos demasiadas preguntas. Pero pienso también en el universo social, una membranosa red de respuestas articuladas en la que ponemos el pie cada mañana sabiendo bien qué es lo que tenemos que hacer: cómo vestirnos, de qué manera saludar, a quién respetar y, más importante aún, de dónde proceden nuestros medios de subsistencia. Una sociedad es un correo conjunto de respuestas por cuyos corredores nos movemos con más o menos facilidad, pero dando por supuesto que no hay otro orden posible y sin hacernos, por tanto, demasiadas preguntas. La respuesta es, en cada momento y todo el rato, precisamente Todo.

No todas las preguntas son filosóficas, es verdad, pero las que no lo son, no son verdaderas preguntas. La pregunta del enamorado que aún no sabe si la amada lo aceptará, no es una pregunta filosófica, aunque sí lo es la pregunta sobre el amor mismo; tampoco es filosófica la pregunta de un trabajador que no sabe si el banco le concederá un crédito, pero sí lo es la pregunta sobre el trabajo mismo. Sólo el preguntar sobre el mundo -natural o social- puede definirse como un preguntar filosófico. ¿Y las respuestas? ¿Cómo son las respuestas filosóficas? Me atrevería a decir que no hay respuestas propiamente filosóficas y que las respuestas a las preguntas filosóficas son respuestas -según el caso- científicas, antropológicas, religiosas, políticas. La filosofía pregunta y responden las distintas disciplinas, las teóricas y las “pragmáticas”, sin agotar nunca el espacio de la filosofía para seguir preguntando.

¿En qué sentido se puede atribuir un valor práctico a una pregunta filosófica? ¿Para qué sirve preguntar? Básicamente para debilitar el mundo. ¿Y para qué puede servir debilitar el mundo? Para introducir permanentemente en él la idea de la muerte -la natural y la social- y con ella la diferencia entre lo remediable y lo irremediable. Preguntarse sobre el amor es preguntarse por la posibilidad misma de eternizarse como cuerpo mortal; preguntarse por el trabajo es preguntarse por la posibilidad de introducir un orden distinto de reproducción de los cuerpos (y de la mortalidad). Un mundo debilitado es un mundo en el que sé lo que soy (“conócete a ti mismo”) y sé lo que puedo hacer (“cambiar lo remediable”). Un mundo en el que soy débil, y en el que por tanto necesito compañía; y un mundo en el que soy fuerte, y en el que me dispongo para la acción.

Ninguna pregunta filosófica lleva por sí misma a la intervención en el mundo; pero ningún mundo puede experimentar un cambio sin una pregunta filosófica. Porque la pregunta última, al margen de la filosofía, es la que lo decide todo: ¿queremos cambiarlo o no?



Fuente: http://basque.criticalstew.org/?p=5562

martes, 27 de marzo de 2012

Reflexionamos sobre la IMPUTABILIDAD.


Aquí les dejamos la reflexión del escritor uruguayo contemporáneo Ignacio Martínez, como un aporte para la elaboración de nuestras opiniones sobre uno de los temas que tanto nos preocupa...y que está tan mediatizado en nuestra sociedad...¿Cómo estamos pensando este problema?

El fantasma del miedo...
Nuestra sociedad está enferma. Los EEUU dicen que están siendo atacados, invadidos. La defensa de sus intereses equivale a poder invadir cualquier rincón del mundo. La seguridad nacional es prioridad. El terrorismo es el principal enemigo. La psicosis se impone y entonces hay que invertir en gastos militares y todo se justifica en aras de la protección de los intereses de la sociedad estadounidense.
Aquí no estamos tan lejos. El síndrome de la inseguridad gana terreno. Los malos “son los menores infractores”. Así se los denomina como si fueran así. No cometen infracciones o están en infracción. No. “Son infractores”, es decir,  ser menor o joven o pobre o mulato o habitante de zonas rojas, ya de por sí determina que “sean” infractores, (viejo problema entre los verbos “Ser” y “Estar” que ¡oh sorpresa!, en inglés son el mismo verbo).
Nadie los incorpora a la inseguridad. Ellos, los chicos malos, no están en la inseguridad. En la inseguridad estamos nosotros, los buenos, los que estamos expuestos a ser atacados, robados, rapiñados, asesinados. Ellos, los malos, no. No están expuestos a nada. Ni al hambre, ni a la soledad, ni al rechazo, ni a la desintegración, ni a la violación, ni al golpe, ni al desmadre y al despadre, ni a la incertidumbre, ni a la droga, ni al ninguneo. Ellos, los chicos malos, están seguros en algún lugar del cosmos. Nosotros somos los pobres inseguros. Por eso nos tenemos que defender y se impone rebajarles la edad para imputarlos, penalizarlos, castigarlos. ¿A qué edad? No importa. Primero a 16 años, luego a 14, después a 12 y tal vez algún día a cualquier edad porque la escalerita descendente sigue hasta aplastarlos como cucarachas.      
Esta es la lógica de gente como Bordaberry que cree que se nace ladrón o asesino o drogadicto y esquiva el bulto. Él no es responsable de nada. Él es la pobre víctima expuesta a las inmundicias de estos menores infractores. Junta firmas para bajar la edad y procesar a un chiquilín de dieciséis años como a cualquier adulto. La frontera hoy es esa. Mañana pueda ser cualquier otra. No junta firmas para más recursos para el INAU y más Educadores Sociales y más formación al personal de ese instituto y más profesionales de multidisciplinas. No junta firmas para cerrar las fronteras externas e internas a todo tipo de droga, incrementando recursos y creando una policía especializada para arrancarles la cabeza a los peces gordos. No junta firmas para terminar con las armas que se pueden comprar por ahí nomás, en cualquier feria. No junta firmas para más educación a esos jóvenes expuestos, vulnerables, víctimas de una sociedad que les revienta la vida. No junta firmas para sacarlos de sus ambientes perniciosos y darles trabajo, educación, otro horizonte. Darío me dijo una vez “Ignacio, si no tenés para darle de comer a tus hermanos chicos y a tu vieja, ¿qué hacés?” y se fue para “su casa” que quedaba en los semáforos de 3 Cruces. 
Hay que hacer cosas. Sí, claro. Pero no es juntar firmas para reprimir. Su lógica es: más represión, más tensión social, más violencia. Nuestra lógica es: más atención, más oportunidades, más perspectivas de cambio. 
Nadie nace infractor. Quizá el mismo Pedro no estaría haciendo lo que hace si hubiera nacido en otro entorno. Si hubiera nacido en un hogar de docentes o dentistas, que ayudan a formar y a sanar, en lugar de pedir más represión, estaría firmando una nota como esta. 
Ignacio Martínez 

El crepúsculo de la metafísica


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Jesús Conill es un filósofo español. Es catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Valencia y Patrono fundador de la Fundación ÉTNOR, para la ética de los negocios y las organizaciones con sede en Valencia. Ha desarrollado diversos proyectos de investigación en las Universidades de Bonn, Frankfurt, St. Gallen (San Galo) y Notre Dame. Es miembro del Seminario de Investigación Xavier Zubiri. Sus aportaciones se han centrado en el campo de la filosofía moral. Está casado con la también filósofa y catedrática de la Universidad de Valencia, Adela Cortina.
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El crepúsculo de la metafísica
Jesús Conill. 
Editorial Anthropos - Barcelona - 1988


Fragmentos del Prólogo y la Introducción

Para bien o para mal, no parece ser la metafísica el tema de nuestro tiempo, ni siquiera uno de los temas de nuestro tiempo. Aquella "reina de las ciencias", cuya precaria situación ya Kant denunciaba, ha ido perdiendo, a lo largo de sucesivas crisis, no sólo la corona, sino también su carta de ciudadanía en la república de los saberes, e incluso tal vez su vida. La hora del crepúsculo ha llegado para ella.

Sin embargo, el presente libro nace de la convicción de que la muerte de la metafísica es aparente. La situación crepuscular en que nuestra "ciencia" se encuentra no anuncia la noche, sino una aurora nueva, por usar la metáfora nietzscheana.

Pero aunque sea imposible diagnosticar una auténtica disolución de la metafísica, tampoco es factible -ni deseable- recuperar y renovar fórmulas de antaño. Ni la disolución ni la restauración son pensables. Antes bien, las crisis de la metafísica la han introducido en un proceso de transformación profunda que impide su muerte, pero también su restauración.

La transformación de la metafísica no conduce sino a reconocer que en el pensamiento contemporáneo persisten rasgos y pretensiones imprescindibles, a los que hemos de llamar "metafísicos" por sus peculiares características: porque conservan la marca de la filosofía primera y de la teoría de la realidad, que es lo que en este trabajo entenderemos por metafísica.

Asistimos a un cansancio cultural en lo que concierne al interrogarse sobre la realidad. Lo que mueve es el éxito más inmediato posible, la eficacia, el bienestar, el pasarlo bien, la satisfacción inmediata del tener, acaparar, poseer y dominar. Poco importa el ser, la realidad y la verdad.

En el fondo no creemos poder conocer la auténtica realidad; y con la verdad -se dice- se pierden hasta las amistades. No vale la pena gastar el tiempo en la reflexión esforzada que indaga los fundamentos de la realidad, del saber, de la vida y del hombre, de su razón y su destino.

Resulta difícil aceptar que la metafísica sea asimilable en nuestro mundo, en la vida cotidiana. Hasta aquellas situaciones-límite, que otrora despertaban anhelos de plenitud y de infinito, están dejando de conmovernos. Ni la vida ni la muerte atraen ya casi nuestra atención. La trivialidad campea por doquier, sin respetar nada ni a nadie. Indiferencia, hasta ante el mayor espectáculo o ante la más descomunal atrocidad (revistiéndose entonces a lo sumo de indignación, ocultándose en el silencio cobarde). ¡Una cosa más!

La realidad nos supera, nos rebasa, a pesar de nuestras ilusiones fantásticas, por las que nos creíamos dueños y señores del universo natural y humano. Por mucha base "científica" que le queramos echar, y muy a pesar de la arrogancia de que a veces hacemos gala, vivimos una crisis cultural en la que hay que insertar la quiebra y pretendida defunción del pensar metafísico.

No obstante, también las pretensiones específicas del saber metafísico conllevan dificultades -para muchos- insalvables, porque parece que no cumple su función originaria y primigenia: proporcionar el conocimiento de la realidad. La metafísica es la teoría de la realidad, parece ser que han aparecido otros saberes que nos capacitan mejor para tal fin. De ahí que la metafísica haya perdido relevancia ante los saberes científicos y técnicos. Sus nuevos métodos de conocimiento, puestos a disposición del dominio de la naturaleza y de la sociedad, es natural que lleven a muchos a poner en cuestión el valor, vigencia y legitimidad del orden metafísico, ya que éste no parece que avance, ni favorezca el progreso, ni proporcione recursos innovadores para la vida humana. ¿No es totalmente ineficaz, ya que es abstracto, especulativo, ajeno a la actividad mundana de los hombres de carne y huesos?

Pero, ¿es verdad que es imposible alcanzar un cierto saber metafísico? ¿Es cierto que ese tipo de saber no incide para nada en la vida humana? De la respuesta a estos interrogantes depende que se defienda la disolución de la metafísica, como algo propio y positivo de nuestro tiempo o que se aspire a otra solución, ya sea la renovación de la misma o bien su transformación.

A mi juicio, la transformación de la metafísica depende de su revitalización: de la posibilidad de reconstruir un marco racional fundamental, donde se argumente crítico-constructivamente y se conciban los problemas e intereses universales de los hombres. La determinación de tal marco es la tarea inicial y básicas de las exigencias actuales, a fin de gestar una teoría filosófica, no unilateral  ni dogmática, sino racional y coherente, desde los intereses y anhelos que el hombre encarna.

¿Por qué y para qué surgió el saber, posteriormente denominado "metafísica"? Fue un esfuerzo intelectual para orientarse en el mundo, para saber estar en la realidad. Algunos hombres sintieron la necesidad de interpretar sus experiencias, de ordenarlas, de dar razón de lo que les pasaba. De lo contrario se hubieran visto sumidos en un caos carente de sentido. A los efectos de ordenar y unificar los fenómenos dados en la experiencia, se pusieron en funcionamiento todas sus capacidades sensibles e intelectuales, por ver si podían alcanzar algún saber conducente a la sabiduría y a la felicidad. Saber de lo verdadero y de lo bueno, para ser auténticamente lo que se es, lo que se debe ser, lo que se puede ser, y disfrutar en lo posible de tal modo de ser.

Este impulso por saber, el anhelo por la felicidad, la esperanza de eternidad, la necesidad de normatividad para la acción, son ingredientes de la pretensión e interés metafísicos, que se plasman en los saberes de formación y de salvación, aquellos que intentan "formar" al hombre en su autenticidad; de ahí que presupongan su autocomprensión integral, y "salvar" (ajustar, justificar) las experiencias y las acciones.

Saber la verdad y ejercer la libertad, conocimiento y acción presuponen poder. El saber metafísico es la expresión y, a su vez, comprensión de esta radical estructura integrada por verdad, libertad y poder. Orientarse en el mundo implica impulso por saber, ejercicio de la libertad y poder.

La metafísica es un saber de los fundamentos del acontecer, del conocer y del actuar; una constante reflexión e interpretación de la experiencia con pretensiones de validez universal. Ha surgido siempre del interés por saber en profundidad y con coherencia el sentido y la verdad de lo que se nos ofrece en la experiencia. Pero al hombre no sólo le interesa conocer, sino que ha de actuar en el mundo, ha de tomar resoluciones, decisiones. También para entender el ámbito de la acción se requiere una reflexión sobre los fundamentos normativos de las acciones. La orientación en el mundo y la acción requieren reflexionar sobre lo verdadero y lo bueno. Se intenta así suministrar una ordenación de la experiencia frente al caos y una unidad de la razón; un fundamento frente al abismo, un sentido frente al absurdo.

El diverso modo de entender dicha ordenación y unidad, el fundamento y el sentido, conduce a la pluralidad de interpretaciones metafísicas que se han producido en la historia, pero todas ellas convergen en una pretensión semejante, responden a una misma inquietud insistente y persistente. Por eso, la metafísica no tiene un objeto definido, sino que consiste en un saber abierto radicalmente: no está prefijado ni remitido previamente a nada. Tiene un comienzo auténticamente interrogativo, en el que se juega su propia vida, su razón de ser. Por eso produce una constante inquietud y malestar, dando la sensación de estar siempre en lo mismo, sin avanzar. Como si se tratara de llegar a algún lugar preestablecido, cuando consiste en una actividad, caracterizada por su forma, con pretensión de alcanzar los presupuestos fundamentales (principios), sin los cuales no se puede entender lo que hay, ni ordenar las experiencias o captar el sentido.

Pero las respuestas al tipo de pretensiones propias de la metafísica pueden encontrarse también en las cosmovisiones y en las religiones. ¿Hace alguna falta una respuesta específicamente filosófica? 

La respuesta filosófica a las cuestiones de rango metafísico tiene carácter crítico y formal, que la diferencia de las demás respuestas operantes en la historia de la humanidad (mitos, religiones, ideologías). La filosofía primera es crítica, es decir, reflexiva, y posibilita un marco abierto de revisión continua. Está abierta a las autocorrecciones de la experiencia y de la razón. Esta actitud antidogmática, sin embargo, no obliga a renunciar a las pretensiones de universalidad, ultimidad y normatividad. Pero este nivel de lo incondicionado e irrebasable tiene carácter formal-trascendental, es decir, de una forma, de una perspectiva, de un nivel, de una formalidad, frente a todo contenido y determinación concretos y particulares.

La experiencia de abismo que hoy nos invade constituye el trasunto de la sospecha de que todo es contingente y caótico. Y como el mundo de la experiencia viva, por mucho que se lo reprima, acaba rebasando cualquier principio ordenador, fácilmente surge el escepticismo y nihilismo. ¿Podrá encontrarse una orientación fecunda para el hombre? Quien vive la experiencia del límite abismal precisa extraer el sentido de saber estar en la realidad y no sólo "saber vivir".






lunes, 13 de febrero de 2012

La Posmodernidad; nuevo régimen de verdad, violencia metafísica y fin de los metarrelatos


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Dr. Adolfo Vásquez Rocca - PUCV - Universidad Andrés Bello

Resumen
He aquí una breves notas en torno a la noción de posmodernidad. Un texto introductorio que intenta dar luz sobre algunas tópicos que se entrecruzan y problematizan a un poco más de 30 años de la publicación de La condición posmoderna de Jean-François Lyotard. Esta condición es –según el decir del propio Lyotard– condición del saber en las sociedades más desarrolladas, particularmente en el continente americano, en pluma de sociólogos y críticos. Lo posmoderno no es “lo contrario” de lo moderno, sino su rebasamiento. Es la modernidad misma que en su autocumplimiento invierte sus modalidades y efectos culturales. El descrédito de la razón, la ciencia y la técnica no ha surgido de una “negación simple” de estas, sino de su concreción histórico-factual, de su realización. La posmodernidad designa el estado de la cultura después de las transformaciones que han afectado a las reglas de juego de la ciencia, de la literatura y de las artes a partir del siglo XIX. Aquí se situarán esas transformaciones con relación a la crisis de los grandes relatos. Se tiene por “posmoderna” la incredulidad con respecto a los metarrelatos. Ésta es, sin duda, un efecto del progreso de las ciencias; pero ese progreso, a su vez, la presupone. Al desuso del dispositivo metanarrativo de legitimación corresponde especialmente la crisis de la filosofía metafísica, y la de la institución universitaria que dependía de ella.

Leer artìculo completo en Revista Observaciones Filosòficas

martes, 7 de febrero de 2012

Alexandre Kojève


Alexandre Kojève (Александр Владимирович Кожевников, Aleksandr Vladimirovič Koževnikov), (28 de abril de 1902 – 4 de junio de 1968), nacido en Moscú y fallecido en Bruxelas, fue un filósofo, político, marxista, y hegeliano, que tuvo una influencia substancial en la filosofía francesa del siglo XX.

Kojève nació en Rusia, y fue educado en Berlín y Heidelberg (Alemania). Completó su título en filosofía bajo la dirección de Karl Jaspers, y sus influencias tempranas incluyeron al filósofo Martin Heidegger y al historiador de ciencia Alexandre Koyré.
Kojève pasó la mayor parte de su vida en Francia (por lo que se le considera como francés de origen ruso), y de 1933 a 1939 en París, impartió una serie de conferencias sobre el trabajo de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, La Fenomenología del Espíritu. Después de la segunda guerra mundial, Kojève trabajó en el Ministerio francés de Asuntos Económicos, como uno de los principales planificadores del Mercado Común Europeo.
Uno de sus más célebres discípulos, Jacques Lacan, releyó a Hegel a través de la enseñanza de Kojève, y de la visión de éste último de la dialéctica del amo y del esclavo en la Fenomenología del Espíritu.
Leer màs en wikipedia

Tambièn es interesante leer artìculo publicado en Diario Pàgina 12 bajo el tìtulo de El filósofo que vino del frío

lunes, 6 de febrero de 2012

El terror en Michael Taussig y Jean Baudrillard

Del estado de emergencia al  No evento
Maximiliano E. Korstanje

Tanto el antropólogo australiano Michael Taussig como el filósofo francés Jean Baudrillard se destacan por sus contribuciones al ámbito académico en materia del grado de manipulación que puede sufrir una sociedad cuando experimenta terror. Los hombres se hacen más vulnerables y maleables cuando se les impone miedo. No obstante, el miedo no es unilineal sino que envuelve a todos los actores involucrados. Dominador, y dominado se encuentran emparentados por el terror político. El miedo ha tomado, en nuestra era, y gracias a los medios masivos de información un carácter estético y reflexivo en donde nadie se encuentra psicológicamente a salvo. La seguridad, en este sentido, se ha transformado en un bien preciado de cambio, se vende, se intercambia y compra seguridad como hace siglos atrás lo hacían con la felicidad. El mundo jerárquico en donde existe un Leviatán que por medio del temor impone autoridad se ha desdibujado para dar lugar a una nueva sociedad en donde la tragedia constante prima sobre el orden. Taussig y Baudrillard son conscientes que la concatenación de imágenes catastróficas o de Estado-de-emergencia conllevan a la idea de un orden en-el-des (orden).

Leer màs en Revista Psikeba

sábado, 31 de diciembre de 2011

Leonardo Boff Ecologìa

El filòsofo brasileño Leonardo Boff  nos hace reflexionar acerca del presente y futuro de la Tierra: 


Ecología ambiental
Esta primera vertiente se preocupa del medio ambiente, para que no sea excesivamente desfigurado, de la calidad de vida, y de la preservación de las especies en vía de extinción. Ve la naturaleza fuera del ser humano y de la sociedad. Busca nuevas tecnologías menos contaminantes, privilegiando soluciones técnicas. Esta postura es importante porque busca corregir los excesos de la voracidad del proyecto industrial mundial, que siempre implica altos costes ecológicos.

Si no cuidamos el planeta como un todo podemos poner en grave riesgo de destrucción partes de la biosfera y, al límite, inviabilizar la propia vida del planeta.

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Ecología social
La segunda -ecología social- no quiere sólo el medio ambiente, quiere el ambiente entero. Inserta al ser humano y a la sociedad dentro de la naturaleza. No se preocupa únicamente de embellecer la ciudad con mejores avenidas, plazas o playas más atractivas, prioriza también el saneamiento básico, una buena red de escuelas y un servicio de salud decente. La injusticia social significa violencia contra el ser más complejo y singular de la creación, que es el ser humano, hombre y mujer. Él es parte y parcela de la naturaleza. La ecología social propugna un desarrollo sostenible, que atiende a las carencias de los seres humanos de hoy sin sacrificar el capital natural de la Tierra, tomando también en consideración las necesidades de las generaciones del mañana, que tienen derecho a satisfacerse y a heredar una Tierra habitable, con relaciones humanas mínimamente justas. Pero el tipo de sociedad construida en los últimos 400 años impide realizar un desarrollo sostenible. Es energívora, ha montado un modelo de desarrollo que saquea sistemáticamente todos los recursos de la Tierra, y explota la fuerza de trabajo.

En el imaginario de los fundadores de la sociedad moderna el desarrollo se movía entre dos infinitos: el infinito de los recursos naturales y el infinito del desarrollo hacia el futuro. Pero dichos presupuestos han revelado ser una ilusión. Los recursos no son infinitos, la mayoría se está agotando, principalmente el agua potable y los combustibles fósiles. Y el tipo de desarrollo lineal y creciente hacia el futuro no es universalizable. Por lo tanto no es infinito. Si las familias chinas quisieran tener los automóviles de las familias norteamericanas, China se convertiría en un inmenso estacionamiento. No habría suficiente combustible y nadie  podría moverse.

Carecemos de una sociedad sostenible que encuentre para sí el desarrollo viable que satisfaga las necesidades de todos. El bienestar no podrá ser solamente social, tendrá que ser sociocósmico. Deberá atender a los demás seres de la naturaleza, como las aguas, las plantas, los animales, los microorganismos, pues todos juntos constituyen la comunidad planetaria en la que nos incluimos y sin ellos nosotros no podríamos vivir.






Ecología mental
La tercera -la ecología mental- llamada también ecología profunda, sostiene que las causas del déficit de la Tierra se deben al tipo de sociedad que actualmente tenemos y al tipo de mentalidad predominante, cuyas raíces remontan a épocas anteriores a nuestra historia moderna, incluyendo la profundidad de la vida psíquica humana consciente e inconsciente, personal y arquetípica. En nosotros existen instintos de violencia, voluntad de dominio, arquetipos sombríos que nos alejan de la benevolencia con relación a la vida y a la naturaleza. Dentro de la mente humana se originan los mecanismos que nos llevan a la guerra contra la Tierra. Y se expresan mediante una categoría: el antropocentrismo. El antropocentrismo considera al ser humano rey/reina del universo. Los demás seres tienen sentido si ordenados al ser humano; están ahí para su disfrute. Esta interpretación rompe con la ley más universal: la solidaridad cósmica. Todos los seres son interdependientes y viven dentro de una intrincadísima red de relaciones. Todos son importantes.

No es posible que alguno sea rey/reina y se considere independiente, sin necesidad de los otros. La moderna cosmología nos enseña que todo tiene que ver con todo en todos los momentos y en todas las circunstancias. El ser humano olvida esa intrincada red de relaciones. Se aleja de ella y se sitúa sobre las cosas, en lugar de sentirse al lado y con ellas en una inmensa comunidad planetaria y cósmica. Es necesario recuperar las actitudes de veneración y respeto a la Tierra.

Eso solamente se conseguirá si primero rescatamos la dimensión de lo femenino en el hombre y en la mujer. Por lo femenino el ser humano se abre al cuidado, se sensibiliza por la profundidad misteriosa de la vida y recupera su capacidad de maravillarse. Lo femenino ayuda a rescatar la dimensión de lo sagrado. Lo sagrado impone siempre límites a la manipulación del mundo, pues da origen a la veneración y al respeto, fundamentales para salvaguardar la Tierra. Crea la capacidad de re-ligar todas las cosas a su fuente creadora que es el Creador y Ordenador del universo. De esta capacidad religadora nacen todas las religiones. Hoy precisamos revitalizar las religiones para que cumplan su función religadora.



Ecología integral
Finalmente, la cuarta –ecología integral- parte de una nueva visión de la Tierra, inaugurada por los astronautas a partir de los años 60, cuando se lanzaron las primeras naves tripuladas. Ellos vieron la Tierra desde afuera. Desde la nave espacial o desde la Luna, la Tierra –según el testimonio de varios de ellos- aparece como un resplandeciente planeta azul-blanco que cabe en la palma de la mano y puede esconderse detrás del dedo pulgar. Desde esa perspectiva, Tierra y seres humanos emergen como una misma entidad. El ser humano es la propia Tierra que siente, piensa, ama, llora y venera. La Tierra surge como el tercer planeta de un sol, uno de los 100 mil millones de soles de nuestra galaxia, que es a su vez una entre 100 mil millones de otras del universo, universo que posiblemente es uno entre otros paralelos y distintos al nuestro. Y nosotros, seres humanos, hemos evolucionado hasta el punto de poder estar aquí para hablar de todo esto, sintiéndonos ligados y religados a todas estas realidades. Todo caminó con una precisión capaz de permitir nuestra existencia aquí y ahora. De no ser así no estaríamos aquí.

Los cosmólogos, gracias a la astrofísica, la física cuántica, la nueva biología, en una palabra a las ciencias de la Tierra, nos hacen ver que todo el universo se encuentra en cosmogénesis. Es decir, está todavía en génesis, constituyéndose y naciendo, formando un sistema abierto, capaz siempre de nuevas adquisiciones y expresiones. Por lo tanto nada está acabado y nadie ha terminado de nacer. Por eso tenemos que tener paciencia con el proceso global, unos con otros, y con nosotros mismos, pues nosotros humanos también estamos en proceso de antropogénesis, de formación y de nacimiento. En la cosmogénesis y la antropogénesis sucedieron tres grandes emergencias: (1) la complejidad/diferenciación,(2) la auto-organización/conciencia, (3) la religación/relación de todo con todo. A partir de su primer momento, después del Big-bang, la evolución ha ido creando seres cada vez más diferentes y complejos (1). Cuanto más complejos más se auto-organizan, mostrando mayor interioridad y niveles más altos de conciencia (2) hasta llegar a la conciencia refleja en el ser humano. El universo, pues, como un todo posee profundidad espiritual. Para estar en el ser humano, el espíritu estaba antes en el universo. Ahora emerge en nosotros como conciencia refleja y amorización. Y cuanto más complejo y consciente, más se relaciona y se re-liga (3) con todas las cosas, haciendo que el universo sea realmente uni-verso, una totalidad orgánica, dinámica, diversa, tensa y armónica, un cosmos y no un caos.

Las cuatro interacciones existentes, la gravitatoria, la electromagnética, la nuclear fuerte y la nuclear débil constituyen los principios rectores del universo, de todos os seres, también de los seres humanos. La galaxia más distante se encuentra sometida a la acción de estas cuatro energías primordiales, lo mismo que la hormiga que camina por mi mesa y las neuronas del cerebro humano con el que hago estas reflexiones. Todo se mantiene religado en un equilibrio dinámico, abierto, pasando por el caos que es siempre generativo, pues propicia un nuevo equilibrio más alto y complejo, desembocando en un orden rico en nuevas potencialidades.